Le he quitado la protección malva a mi teclado. He vuelto a sentir el tacto de mis teclas pulsando las letras necesarias para que puedas leer lo que mi alocado corazón, pese a las intervenciones de mi cabeza, quiere que escriba.

Es curioso, a los escritores nos pasa a veces: cuando nos abruma la inspiración no podemos dejar de escribir. Pero, sin ella nos sentimos —tal vez— un poco indefensos. Perdón por el plural de cortesía: usar siempre el «yo», en ocasiones, termina siendo algo cargante.

Cuando empecé a escribir este texto que estáis leyendo, pretendía expresar en pensamientos fugaces mi experiencia durante un viaje. Quería que cada fragmento de vivencia tuviera la forma rápida y fluida que adquieren las corrientes de agua de los ríos. Quería que cada aportación de esas experiencias tuviera vida.

Sin embargo, cada vez me alejaba más de mi objetivo: al distanciarme de mí misma utilizando el pronombre «ella» no era nada fácil recoger esa vida en mis palabras —porque no estaba siendo yo misma, sino la intención de una escritora— y la inspiración primaria que me impulsó a querer compartir la emoción que viví pasó a un segundo plano.

No obstante, todas estas palabras que leerás a continuación —si quieres saber cómo acaba esta aventura— siguen siendo pequeños rastros de esas corrientes fluviales: ellas me mantuvieron a salvo durante siete días y me reconfortaron cuando mi corazón necesitaba la calidez de un abrazo.

Os dejo con Ella. Esta chica es una persona que pasa desapercibida. A priori no causa sensación: va a lo suyo, hace lo que tiene que hacer —a veces, también lo que quiere hacer— y se refugia en el papel y el bolígrafo. Vive tranquila y últimamente le gusta más su trabajo: los vínculos que se han creado entre Ella y las personas de su entorno laboral hacen que se sienta a gusto y que el trabajo no sea pesado. Pasa las estaciones del año haciendo lo que le gusta y se siente satisfecha cuando los demás también lo están. Vive con su familia y vive encantada. Cada una hace su vida dentro de esa unidad familiar, pero se ríen y comparten su felicidad. Y, a veces, también se van de viaje.

Su hermana y su tío se habían ido de viaje con su abuela hacía unos meses. Ahora, le tocaba a Ella irse de viaje con la matriarca. Ya estaba todo preparado: la documentación de la naviera, los billetes de avión, el seguro del viaje, la gestión de la asistencia en el aeropuerto; todo estaba zanjado. Solo faltaba que Ella se tranquilizara y empezase sus vacaciones.

Metió su cuaderno y su estuche de bolígrafos en la mochila y se cercioró de que no se dejaba nada importante.  Cogió la maleta amarilla y echó a andar. Al llegar a casa de su abuela, pensó dos veces en todo lo que tenía que llevar: el bastón, la mochilita, el pastillero; todo estaba a buen recaudo.

Al despedirse de su hermana en el aeropuerto, con su abuela ya acompañada por la asistencia y Ella misma, emprendieron su viaje.

Quizá hay sorpresas que la vida te prepara cuyas reacciones a ellas te someten a una emoción nueva. Tal vez existen momentos en los que te ves en un escenario totalmente diferente y lo que te queda es la capacidad de poder adaptarte.

Ocurrieron muchas cosas en aquel viaje. Ella, simplemente, aceptó lo que aconteció con el corazón agradecido.

***

Se encontraban a bordo de un pequeño barco de tan solo dos puentes y cuatro anclas. Se podía sentir el recogimiento familiar dentro de su tripulación: ellas mismas se sintieron parte de aquella pequeña familia.

Hacía mucho tiempo que no disfrutaban de una actividad en la que solo fuesen ellas dos, y un crucero fluvial era algo que todavía no había hecho ninguna. Hacer algo por primera vez para las dos era una idea preciosa para ellas que acogieron con los brazos abiertos.

Su abuela decía continuamente que la lengua —el idioma— es una barrera infranqueable: cuando uno no puede entenderse con las personas que le rodean al hablar, se siente desprotegido o impotente porque no sabes cómo comunicarte para que te comprendan.

Ese viaje supuso un alto en aquel pensamiento: la lengua no es el único medio para entenderse con el mundo. La sonrisa, los gestos, las miradas, el trato interpersonal, son aspectos que dominamos todos y que podemos emplear para complementar esa barrera infranqueable del idioma. Es verdad que, si esa frontera no existiera (como nos cuentan de Babel), nuestra comprensión de lo que nos rodea sería mucho más fácil. Sin embargo, la dificultad aparece cuando necesitas evolucionar y crecer. Tal vez se pueda entender este viaje como un camino hacia ese crecimiento.

Se encontraban sobre las aguas del río. Al principio, parecían aisladas del resto. Aún así, el tiempo se encargó de que su estancia sobre aquellas aguas resultara apacible y única. Aquella familia de tripulantes hizo lo posible para que ellas se encontrasen a gusto y relajadas.

Con ello, se dejaron llevar por la corriente hacia el destino inexplorado.

***

Se despertó al amanecer y miró por el ventanal del camarote: la vista del sol saliendo de su escondite e iluminando suavemente las aguas y el verdor, era emocionante. Notaba cómo algo se arremolinaba en su interior, quizá fuesen mariposas revoloteando al descubrir la luz naciente en el horizonte.

De repente, un pensamiento fugaz interrumpió su despertar. Preguntas como «¿qué hacemos hoy?» siempre acababan merodeando por su cabeza hasta captar su atención. Pese a que nunca fue muy amiga de los acontecimientos planificados, esta vez se dejó llevar por los planes preparados.

***

Las descripciones, la realidad, el cómo… no son aspectos que le preocupen; le gusta más la espontaneidad, el ser consciente del fluir de las emociones en el momento presente, el sentir. Quizá en eso discrepaban. Su abuela disfrutaba más de la parte objetiva de la vida, disfrutaba de describir las cosas tal y como eran en vez de sentir el aire azotando el rostro. Sin embargo, a pesar de tener reacciones tan dispares, se complementaban y conseguían que la travesía resultase completa: la objetividad de la abuela se compenetraba con la visión poética de Ella.

Las emociones acababan mezclándose entre ellas hasta que parecían muchos colores uniéndose para crear un pigmento nuevo. Con ese nuevo color, Ella podía ver un mundo más amplio que no sabía que existía en su interior.

***

La realidad y el romance parecían fusionarse al ver chocar las aguas entre sí. Sus ojos quedaron absortos en aquella escena: las corrientes de agua que formaba la estela del barco eran tan hipnóticas que resultaba difícil apartar la vista de ellas.

Una voz masculina y atenta se escuchaba por megafonía haciendo que la sesión de hipnosis terminase.

Recorrió los pasillos tapizados de rojo observando las obras de arte expuestas en las paredes. El detalle de las pinceladas, la viveza de los colores, hicieron que ella misma se sintiera en un mundo aparte donde todo parecía ser posible.

Enseguida llegó a un gran salón en cuyo centro se encontraba una pequeña pista de baile. Se imaginó tantas escenas en su cabeza en ese momento, que olvidó por completo por qué estaba allí. De repente, una sombra apareció atravesándola y quedándose inmóvil. Una respiración suave se dejó caer sobre su nuca produciendo un leve cosquilleo. Al principio, no supo cómo reaccionar. No obstante, poco a poco, fue reconociendo la forma de aquella sombra que alargaba la suya propia: era uno de los tripulantes, un hombre bastante alto, delgado y alemán.

Se estaba haciendo tarde. Todos los pasajeros habían sido reunidos en el gran salón para informarse del itinerario que se seguiría al día siguiente.

Él hablaba. Ella escuchaba, evadiéndose, en otro idioma.

***

Fue una noche intensa. Su voz resonaba en su cabeza al cerrar los ojos. Recordaba los matices de la pronunciación de aquella lengua. Los reconocía.

Su cuerpo se había amoldado a la cama envolvente y al edredón. Sus ojos ya se habían acostumbrado a la visión nocturna y era capaz de distinguir la luz que emanaba del cielo. Era de noche y, aún así, la luminosidad que embriagaba el camarote era similar a las primeras luces que se esparcen de madrugada. Estaba claro que era otro país, otra ciudad, otro cielo.

Se quedó dormida sintiendo cómo el movimiento del agua mecía su cuerpo, escuchando aquella voz.

***

Si los cuerpos pudieran deshacerse
en las palabras que nos quedan por decir,
si los momentos que desperdiciamos
permanecieran para expresarnos…
qué fácil sería recuperarte
por primera vez.

Si mi cuerpo gritara
moviéndose sin palabras,
si mi cuerpo hablara
sin necesidad de los labios…
qué fácil sería tenerte
por primera vez.

Seguirte a escondidas
con la voz apagada
con un cuerpo envuelto
en dulces llamas
aún sería posible.

Perseguirte de momento
a momento,
escapándome,
con una antorcha en la mano
para la velada a oscuras
aún sería posible.

Si mi cuerpo pudiera deshacerse
en cada palabra que no he dicho,
si mis momentos contigo
aún permanecieran…
qué fácil sería conocerte
por vez primera.

Sus sentidos se dejaban llevar por la experiencia.

Coger el bolígrafo, acariciar su forma, abrir el cuaderno, pasar las páginas, disponerse a escribir.

El conjunto de esas acciones se llevaba a cabo de manera casi rutinaria en el puente del sol. Cada momento era diferente, aunque la actividad fuese la misma.

Ella sentía. Ella escribía.

***

Stralsund, Rügen, Üsedom, la costa del Mar Báltico, las vistas hacia el río Oder, las impresionantes ruinas del pequeño kloster de Eldena, la ciudad polaca de Szczecin… son lugares que se pueden ver perfectamente en los mapas. Sin embargo, Ella no esperaba poder verlos con sus propios ojos y, mucho menos, sentirlos. Tenía una imaginación poderosa que muchas veces le pasaba factura: sus experiencias imaginarias distaban mucho de sus vivencias reales. En este viaje se dio cuenta: estaba, realmente, en Alemania; se había bañado, realmente, en el Mar Báltico; había podido observar con sus ojos los parajes impresionantes que su pintor romántico favorito había pintado en sus obras… Ella había estado allí realmente.

Los momentos imaginarios se diluían dejándose llevar por la corriente. Las situaciones se abrían en dos bifurcaciones delante de ella: la realidad en la que viajaba con su abuela estaba latente, pero su imaginación marcaba su poderío transportándola a los lugares en los que se había sentido libre; todos aquellos lugares respondían al eco de la voz que había estado escuchando a diario durante el viaje.

Los días pasaron demasiado rápido. Tanto, que le era difícil digerir tantos momentos, tanta emoción compartida. Si echarían de menos algo, sería la comida —decía su abuela— y los amaneceres nada más despertar.

El agua es poderosa y vital. En todos los escenarios románticos aparece: ríos, cascadas, el mar, la lluvia, la tempestad; Ella imaginaba constantemente y el agua era testigo de sus ensoñaciones: el beso que no aconteció, las miradas reiteradas, las traducciones, la música que se escapaba por el altavoz antes del mediodía, la sensación de que ser la única pasajera joven iba a resultar algo especial, la vista del cielo nocturno bañado con el brillo de algunas estrellas… Sí. El agua es poderosa. Ella se sentía viva.

La última noche su abuela estaba cansada y quiso quedarse en el camarote. Habían visto Berlín bajo la lluvia, habían admirado su arquitectura y se sentía satisfecha.

Ella subió sola al gran salón vestida de gala, pidió otro vino rosado en el bar y se sentó observando al resto de pasajeros. Al ser la última noche, era noche de baile; Ella se preguntaba si iba a poder bailar el valse, ya que su abuela había preferido descansar —habría sido bonito bailar con ella y romper los moldes—. Pudo bailar varias canciones, incluida La macarena, hasta que le llegó el turno al famoso valse. Ella iba a sentarse a beber otra vez de su copa de vino cuando aquel personaje alemán le ofreció sus manos.

Todavía no es capaz de distinguir si el valse que bailaron en la pista de baile del gran salón era parte de la realidad que les envolvía o era producto de su imaginación. Aún se lo pregunta.

***

A veces te pierdes. No sabes cómo reaccionar ante un acontecimiento. Te carcome la duda, la incertidumbre, también las expectativas por algo que quizá no acabe de fluir. Pero, ¿quién puede saber a ciencia cierta acerca del futuro? Algunos lo pueden intuir e intentan predecirlo. Otros, se acobardan ante lo que ven o lo que esperan que sea y no es. Y otros sucumben ante lo que no ha sido y ya no lo intentan.

«Seguir la corriente» es una expresión que se usa mucho a día de hoy:

— No te preocupes, sigue la corriente. Saldrá bien.

Así, en estilo directo, me gustaría decírselo a Ella.

Ahora mismo viene a mi cabeza la imagen de un río: las corrientes de agua fluyen igualmente cuando hay rocas en medio de ellas. Pasan delicadamente y con fuerza sobre ellas, a su lado o por debajo y en ocasiones acaban erosionándolas. Las personas podemos ser como las corrientes de agua: podemos pasar delicadamente cerca de los obstáculos que nos encontramos en nuestro día a día y poder sentirnos con fuerza para superarlos. No. «Superar» no es el verbo correcto: «avanzar». Cuando el cauce del río es suficiente, las corrientes fluyen y el curso del agua avanza.

— Querida persona que escribe, puedes avanzar: tienes las palabras, tienes la pasión y también tienes el corazón para poder fluir con todo ello.

Me parezco a mi madre: yo también hablo sola.

Me susurro en voz baja, mientras me consumen las horas.

He tachado el día 26 del calendario. Los domingos suelen escurrirse por las grietas, después de la sobremesa. En mis recuerdos, los domingos siempre han sido días de familia, de carcajadas estridentes y divertidas, sentados alrededor de una mesa; y hoy no es menos, sigue siendo así.

Recuerdo una sobremesa en la que mi abuelo presidía el encuentro: mis primos y yo, la más pequeña, estábamos sentados de manera que se podía distinguir la visión de una escalera sobre nuestras cabezas. Recuerdo a mi tía con una melena larga y castaña oscura. Recuerdo a mi tío muy joven, mirándonos. Éramos pequeños, apenas sabíamos cortar el filete con el cuchillo: todavía tenían que ayudarnos a comer como es debido.

En aquella sobremesa, todos nos reíamos de cada cosa que salía de nuestros labios: cuando somos niños pequeños, tenemos esa gracia que provoca una sonrisa constante. Somos tiernos, cariñosos (algunos, yo no lo era), entrañables y achuchables. Y en este recuerdo en concreto, los tres primos estábamos para comernos, por la dulzura.

Recuerdo a mi abuelo, serio, dejando escapar sin remedio una carcajada que sonó en toda la casa. Fue una carcajada estridente, pero divertida, que nos hizo reír aún más si podíamos. En mi recuerdo no sé de qué va la conversación: no tengo ni idea de si su risa procedía de un comentario que hicimos uno de los pequeños, o de la conversación adulta de los mayores. Solo recuerdo aquella carcajada.

Hoy, durante la sobremesa, he escuchado otra carcajada. Esta vez procedía de mí misma: me estaba riendo, quizá de forma exagerada, por algo que había dicho mi tío, el de la moto; mi carcajada me hizo visualizar a mi abuelo presidiendo la mesa, justo donde estaba sentado mi tío (tienen la misma frente prominente, no es extraño: ambos se parecen), y por un momento me creí que estaba ahí.

Sentí la necesidad de fijar mi mirada en él, de perfilar con mis pupilas el filo de su rostro, de guardar para mí cada detalle, por mínimo que fuera, de su aspecto. Sin embargo, cuanto más fijaba la mirada, más me percataba de que se trataba de mi tío. 

El abuelo ya no está. Quizá mi carcajada le trajo de vuelta en una reminiscencia de lo que un día fue una sobremesa de domingo.

He tachado el día 26 del calendario mientras me consumen las horas, al susurrarme en voz baja.

Yo también hablo sola: me parezco a mi madre.

Todo queda en familia.

Existe una flor que se llama «No me olvides». Es una flor pequeña que tiene los pétalos azules y procede de Nueva Zelanda. Todas las flores tienen su historia y su propio lenguaje.

La leyenda que recoge esta pequeña florecita es muy simbólica y por eso me gusta: dicen que cuando Dios creó el mundo y se puso a dar nombre a las flores, esta florecita pasó desapercibida ante sus ojos (a pesar de haberla creado Él mismo) y cuando se percató de su presencia cayó en la cuenta de que todos los nombres ya habían sido dados. Por lo tanto, esta florecita le pidió a Dios:

— No me olvides.

Entonces, Dios le obsequió con el nombre de «Nomeolvides» haciéndole saber que sería azul como el cielo llevando en su centro tonos de amarillo y rojo. Esta pequeña flor acompañaría a los difuntos en su viaje, y a los vivos en el recuerdo.

Dicen que la flor «nomeolvides» protege del olvido y, sobre todo, permanece: es un símbolo de lealtad y fidelidad.

Otra de sus leyendas nos hace saber que cuando una pareja estaba paseando a las orillas de un río, la mujer vio un grupo de florecitas pequeñas y azules que llamó su atención. El hombre quiso acercarse más y, al no poder alcanzarlas, se lanzó al agua; cuando tuvo la flor azul entre sus manos, se la obsequió a su amada, pero él no pudo salir del agua y murió ahogado tras decirle a su mujer:

— ¡No me olvides!

Debido, posiblemente, a esa pequeña y dramática historia romántica la flor «Nomeolvides» es considerada símbolo del amor verdadero e intenso.

Una cosa curiosa es que encontramos a esta bella florecita en zonas solitarias, por lo que podemos recurrir a interpretarla como símbolo del amor que acontece en silencio, en la clandestinidad.

Lo que más me gusta del símbolo como recurso literario, es que el propio escritor puede darle un significado y el lector que le interpreta, le puede dar otro muy distinto. Esto siempre me ha encantado.

Hoy tengo una «No me olvides» sobre la mesa.

En mi lucha contra el olvido, te recuerdo.

Es mucho más fácil empezar a escribir en tiempo pretérito.

Cuando se sabe perfectamente de qué se va escribir, se escribe.

El presente, el tiempo verbal, se caracteriza por la coetaneidad[1] entre las palabras y lo que describen: una relación íntima y explícita entre lo que se escribe y este momento, comúnmente conocido como ahora.

A pesar de que la acción se está llevando a cabo ya, todo buen escritor introduce a sus lectores en el mundo de sus personajes.

Este personaje[2], que vive viajando, tiene al mar encerrado en su mirada: imagina unos ojos bien perfilados con sus pestañas y de un color azul tan intenso que si los miras fijamente, te pierdes en el infinito. Algunas personas cuentan que al mirar sus ojos, se olvidan de lo que están pensando, o simplemente no piensan en nada cuando se dedican a mirar porque lo ven todo a través de sus ojos. Siguiendo al pie de la letra el canon de belleza griego, este personaje es alto y esbelto y guarda cierta simetría en el rostro y en el cuerpo. Las matemáticas le acompañan, no solo en el físico sino, también, en su formación: sabe hacer arañas que andan solas.

Ahora, imagínate a un hombre de más o menos treinta años con expresión adolescente y seria, rubio, ingeniero industrial, que está esperando a alguien en una zona bastante concurrida.

La persona a la que está esperando el joven personaje llega tarde y no puede sino ser comprensivo y aceptar el retraso.

***

Están en su apartamento, charlando (o intentándolo) mientras se beben tranquilamente unas cervezas. Él le cuenta a su interlocutora tantas cosas, que espera que ella, amablemente, siga con la conversación. Su personalidad dominante, su estilo de vida, sus intereses, quizá imponen a su compañera de dialéctica; y él sigue esperando que ella prosiga.

***

Al personaje con el que te vas a encariñar, y al que echarás de menos cuando esta historia termine, le encanta la buena conversación: si es posible que haya connotaciones sexuales en la sintaxis, mejor. Pero como cualquier técnica conversacional es buena, parece conformarse con lo poco que le cuenta su amiga, con la incansable y necesaria ayuda de la cerveza.

Le encanta coger la batuta y dirigir la sinfonía. Le gusta ser consciente de lo que está haciendo, y de que lo está haciendo. Le encanta experimentar en el sentido más amplio del término: cualquier situación que implique a más de dos personas le llama mucho la atención, le mantiene encantado. Por eso busca. Busca nuevas experiencias. Quizá busque algo más, algo que se encuentra abstracto y que, al igual que las cosas innombrables, se convertirá en algo concreto cuando por fin le ponga un nombre a lo que está buscando. Nominavit et fuit, «fui nombrado y existí». Será un proceso lento, puede que doloroso incluso, pero sin duda será intenso y placentero.

Existe una expresión popular que describiría bastante bien a Simón: «siempre va hecho un figurín», va bien vestido y es muy profesional. Además, lleva su pelo rubio perfectamente engominado y colocado de manera muy estricta: si tienes ocasión de coincidir con él, no le toques el pelo, no le gusta nada.

Para salir y disfrutar del aire libre (nada puro y contaminado) de Madrid, se suele poner un abrigo (dentro de las variedades que existen, una de ellas) y llevar las manos en los bolsillos, mientras espera.

***

Ella lleva puesto un antifaz, y se pueden distinguir perfectamente las curvas que forman el contorno desnudo de su cuerpo. Él se dedica a observarla mientras juega con ella: sabe perfectamente cuál es el punto exacto para la excitación femenina, y juega con su secreto; ella lo siente, y lo expresa tal y como lo siente. Son practicantes de una dialéctica distinta, aquí ya no valen las palabras: juegan con los sentidos, y el disfrute del placer.

Podría ser la versión española de Historia de O. Quizá, más adelante, se pueda añadir algún apunte sobre O; por ahora, es una pieza más del puzle de Simón, un nombre más, una varilla más en su amplio abanico de experiencias. La diferencia, quizá, con el resto de varillas es que ésta lleva tatuada la originalidad de un perfil modernista, abierto y flexible de una mujer literata.

«Saltar en la cama» es una expresión que los niños utilizan cuando hablan de sus padres y sus aventuras amorosas. Ellos no saltan. Viven ajenos al tiempo hasta que es necesario tener consciencia de la hora (quizá hacen saltos temporales). Ellos se deslizan, o se quedan inmóviles en el suelo: ella se queda inmóvil, conteniéndose, mientras él se comporta como un buen hedonista y hace que su compañera disfrute tanto como él pueda hacerla disfrutar. Así adquiere placer, así alimenta el morbo.

Sí, este tipo de matices sexuales son los que Simón quiere escuchar en boca de su amiga. Poco a poco. La sintaxis es un mundo oscuro lleno de predicados, de sintagmas verbales y verbos que actúan… Filosofando, quizá la dialéctica de la acción verbal es la que propicia, luego, la dialéctica conversacional: están tumbados en la cama, dialogando (ella más que él), después de haber alcanzado el clímax, comúnmente llamado orgasmo (o para los fans de Aristóteles, catarsis).

Ya es la hora. Ella tiene que irse.

***

Por primera vez ella llega antes de que él la esté esperando. La puerta se abre dejando ver al trasluz la silueta de Simón. Al entrar, la puerta se cierra.

Están hablando. Se percibe una evolución en su reciente amistad, a ella se la ve más suelta y a él más embelesado con su nueva amiga. Al mirarse el tiempo parece correr más rápido. Va a ocurrir algo, tiene que ocurrir algo.

Los nervios están a flor de piel mientras ella espera que él le revele algo, parece ansiosa por saber lo que puede ocurrir.

Siguen hablando y disfrutando del sabor amargo de la cerveza. En esta ocasión no hay tanta distancia entre ellos: ella está cerca de él, al alcance de su mano, a un abrir y cerrar de ojos de sus pensamientos. Él le acaricia el muslo, y ella responde con una sonrisa. La calidez del ambiente les anima, les incita, y siguen aprovechando cada minuto que deja pasar la manecilla del reloj.

Se respira intensidad entre las burbujas de sus bebidas… Están esperando.

***

Ella se levanta y busca algo entre sus cosas: algo azul, de goma, largo y dividido en secciones numeradas. Parece elástico. Le enseña a su amigo lo que puede hacer con eso: se pone un extremo de la goma en un pie, y el otro extremo en el otro pie, hasta que se ve la finalidad de tal cosa. Está sentada en el suelo, con las piernas completamente abiertas, decidida a que su compañero de dialéctica la contemple mientras exhibe su hazaña.

Sigue enseñándole otras posturas que, a la vez que interesantes a la vista, son  bastante sugerentes. Los matices sexuales se encuentran en el aire, y ella lo sabe. Él también lo sabe, pero sigue esperando.

***

Ella se ha puesto un tanga con la forma modernista y rebelde de una mariposa con las alas extendidas. A él le gusta. Ella se acerca para que él pueda contemplarla, y tocarla, y experimentarla tanto como quiera. Eso le encanta. Acaba colocándose a horcajadas sobre su amigo mientras le transmite un mensaje en un susurro. Es una mujer distinta, algo más atrevida… Él observa y sonríe, y emplea sus labios para otro uso de la dialéctica que ya se ha mencionado. Los besos… Ese idioma tan selecto y sensitivo… Ella va gritando en silencio que la bese.

***

No pueden evitarlo, no dejan de mirarse. Se besan, y al besarse se miran, pero con los labios. Se trasladan a la cama en un ir y venir de sensaciones: ella se encuentra tumbada, con sus piernas en posición citológica, a la espera de que él se acerque más y más, y la bese. Siguen siendo labios, aunque distintos. Sigue siendo ella, desinhibida, humana, libre… Sigue siendo la evolución espontánea de sus variedades dialectales, del juego de lascivia entre dos lenguas. Siguen hablando, sin palabras, entre ellos.

Dialéctica en auge.

Ella tiene los ojos cerrados, y él se humedece los dedos en lubricante artificial, de color melocotón, y olor a primavera. Empieza a jugar con sus dedos y el culo de su amiga, y a ella le gusta. Por su expresión, descrita por ella misma como metáfora del placer, le encanta.

Se miran, se preguntan, se sostienen la mirada.

Por fin llega el momento en el que él empieza a follarla, y empieza suave, con delicadeza, hasta que el ritmo acelera junto con la respiración. Ella está encantada de sentirse útil, si ella disfruta, él disfruta. Reciprocidad. Eso le gusta.

Se pone a cuatro patas, y sigue follándola por detrás. Ella no desperdicia el momento de expresar todo el placer que siente.

Dialéctica sensorial, auditiva, gemido a gemido…

El tiempo no se ha detenido, ella se va.

***

Los días pasan y él intenta sorprender a O. ¿Lo logrará?

La oscilación que va y viene en sus conversaciones tiene a O nerviosa, impaciente, ansiosa… Se pasa los días haciendo la cuenta atrás en versos. Vive entre la espada y la pared, entre el deseo y la responsabilidad… Los saltos temporales con Simón son como pequeños oasis de placer en un largo desierto que consume su tiempo.

Está escribiendo. Se percibe el sonido de las teclas bajo sus dedos. ¿Qué estará escribiendo?

De vez en cuando mira el móvil, lo deja, lo vuelve a mirar y lo vuelve a dejar.

Mira el reloj, observa cómo las manecillas se mueven, consumiendo cada vez más tiempo. Se levanta y al levantarse nota que la falda, larga y blanca, se le ha enganchado en las ruedas de la silla… Resopla. Sonríe. Abre su mochila y comprueba que lleva todo lo que necesita. De repente alza la vista hacia la ventana y se queda inmóvil, pensativa, mirando.

Reacciona, coge su L y se va.

***

Pronto se irá. Estos últimos días se ha dedicado a organizarlo todo antes de su viaje… Madrid solo es una parada en su recorrido por la vida, él vive viajando, ¿recuerdas? Prepárate para echarle de menos cuando se vaya, porque las persianas estarán bajadas, y las ventanas, cerradas.

Ella serpentea, con el cuerpo dolorido, en busca de un momento más. Necesita más momentos que complementen su visión de la vida, momentos que enriquezcan su mundo, caótico y oscuro. Si fuera ella, estaría deseando ser un ser fantasmal e invisible para poder observar, a través de su ventana (que siempre ha estado cerrada y oculta) cómo es su día a día… Desearía contemplarle mientras se ducha, y quedarme absorta deleitándome con su cuerpo simétrico irradiando belleza. Desearía ser partícipe de cómo se gana la vida, ¿qué hay en su cabeza? Pero no soy ella, no puedo decidir por ella. Solo soy su conciencia, esa vocecita que elabora el pensamiento que posteriormente se transmite con los labios.

Siempre me ha gustado el juego de la ventana indiscreta, y he querido jugar. Yo, la conciencia, he sido narradora de los hechos que he podido ver a través de los ojos de O. Sí, los ojos son ventanas. No, no son ventanas reales. Sí, son simbólicas. Ya he dicho que O es literata: algo de literatura tenía que haber. Si los ojos son ventanas, los párpados son las persianas… Cuando él se vaya, O cerrará los ojos, bajará las persianas de sus ventanas, y recordará.

Recordará todo lo que ha experimentado con su amigo, recordará sus clases de dialéctica… Se arrepentirá, quizá, de no haber hecho tanto uso de su técnica dialéctica cuando estaban conversando. Y deseará, porque la conozco como si yo fuera ella misma, volver a revivir, momento a momento, escena a escena, cada una de las palabras que salieron de sus labios (los de él)… Echará de menos la comunicación a base de fluidos, sus charlas eróticas de poca sutileza; querrá, sobre todo pronóstico, volver a ver a este amigo que, desde el principio, supuso un misterio.

Hoy sigue siendo un misterio: un misterio que querrá seguir resolviendo y que espera poder resolver cuando vuelva. ¿Encontrará lo que busca? La prolífica y perturbada imaginación de O quiere pensar que aquello que ha experimentado con ella ha sido útil para él… Con el tiempo lo sabremos.

Se han bajado las persianas, y las ventanas están cerradas. No veo nada, pero lo siento: siento el ritmo que marcan las palpitaciones, siento el cosquilleo que acaricia sus entrañas, siento la levedad de esta enumeración de pensamientos, siento cómo arraiga el recuerdo en el proyector de la memoria: sigo sin ver nada, pero siento sus labios besando los míos.

Al cerrar los ojos
lo veo:
veo la oscuridad
necesaria
del antifaz,
veo la levedad
y el espacio atemporal
de este momento…
Al cerrar los ojos
lo siento:
siento la intensidad,
la intensidad recorrida
por tu lengua;
siento el efecto
del beso,
del beso en los labios
que baila al contacto…
Al cerrar los ojos
te veo en el recuerdo,
te siento en el cuerpo;
al cerrar los ojos
sueño al pensar
o pienso al soñar
que quiero una vez más.

Todavía no se ha ido y O recuerda aquel comentario que le soltó acerca de su apego por el idioma de los besos… Recuerda el momento exacto en el que le preguntó si podía hacer una cosa, y no pudiendo ser más predecible, le besó sin siquiera pararse a pensar si estaba fuera de lugar: el beso es un idioma muy personal, íntimo, y para algunas personas llega a ser simbólico. O habla a través de los besos, sigue utilizando los labios, y en cierto sentido sigue siendo una técnica dialéctica.

Hablar besando
es un elemento nuevo
de mi idioma inventado:
un elemento lírico
donde los labios
y la lengua
juegan a ser libres…
Comunicarme contigo,
con cada beso,
es un artificio
de mi lenguaje
(específico y distinto)
de miradas sostenidas
y silencios nerviosos…
¿Jugamos?
En cada beso, una palabra,
y en cada mirada
miles de preguntas
no verbalizadas…
Así es como hablo:
besando.

Y todavía piensa (filosofa) en el próximo encuentro con su amigo, ¿será capaz de hablar un poco más? ¿Habrá evolucionado? ¿Saldrá de su crisálida y extenderá sus pensamientos? Son incógnitas, misterios, que tarde o temprano acabarán resolviéndose solos.

Mírame, Filosofía,
a través de los momentos
(momentos etéreos);
mírame a través del mar
al bucear en mi realidad…
Enséñame dialéctica
mientras yo te enseño
(en primera persona
y desnuda)
lo que quieras…
Enséñame a enseñarte
las variedades dialectales
de mi lengua ensimismada,
enséñame tu idioma:
el de los pensamientos,
que yo te enseñaré,
Filosofía,
la dialéctica de los sentidos.
Así, frente a frente,
lengua a lengua,
nos entenderemos.

***

Esta noche O se ha puesto a escribir y he sido partícipe de su proceso de escritura, le ha escrito otro poema… Esta vez le pide que la salve.

Rescátame,
querido amigo,
del precipicio
(oscuro y vacío)
de los sentidos:
rescátame del tacto
y de su olvido,
rescátame del silencio
que atraviesan mis oídos,
rescátame del gusto
amargo
de la cerveza sin tus halagos,
rescátame de la luz del sol
que atormenta mi vista
y me hace partícipe,
querido amigo,
de tu ausencia;
rescátame de los perfumes
de ciudad madrileña
que pasean por mis napias
atravesando mi olfato
al llegar a Callao.
Rescátame,
llévame.

***

Es de noche. ¿Qué estará haciendo? Quizá esté soñando. Yo sólo sé que O está deseando meterse en su cama, envolverse entre tonos malvas, y volver a sentir el tacto de su piel a través del roce de sus cuerpos. No hablo de sexo. Hablo del imperio de los sentidos, de sentir: de saborear, de contemplar, de escuchar, de acariciar, de inspirar profundamente hasta conseguir quedarte dormido y, entonces, pedirle a Morfeo el privilegio de soñar.

Buenas noches.


[1] Palabra posiblemente inventada.

[2] Expresado así debido a la peculiaridad de sus cualidades.

Revelación

— ¿Has oído que las situaciones se describen solas?

— He oído que los momentos importantes se escapan delante de nuestros ojos. Cuando nos damos cuenta, ya no se pueden retroceder los segundos para corregirnos.

— Entonces, ¿por qué quiero retrasar el reloj?

— Quizá sientas ese impulso que sentimos todos de arreglar lo que se ha roto. Se supone que todo debería poder remediarse, como cuando se nos agujerean los pantalones y mamá les pone parches… Pero sabes que los parches no duran, se acaban descosiendo y ves la realidad: el agujero sigue ahí.

— Quiero volver.

— ¿Por qué?

— No lo sé. Es lo que conozco. Lo que he conocido toda nuestra vida. Sería hipócrita si te dijera que lo acepto y me fuera por esa puerta.

— Entonces vuelve. Pero quizá te encuentres con otra decoración: habrá cambiado el color de las cortinas, los azulejos pintados ya no estarán, y los caramelos se habrán agotado. Aún así, ¿quieres volver? Todo será distinto.

— Sé que ya no somos niños. Sé que ese tiempo pasó. Sé que será distinto. Ya no quiero retroceder el tiempo, quiero ver cómo es ahora. Cuando lo vea, podré sentirlo y tal vez pueda pasar la página en la que estoy ahora y seguir leyendo.

— Es un libro, lo que tienes que hacer es seguir leyendo. Tienes que ver qué ocurre al final sin dejar atrás los capítulos tristes. Las situaciones van cambiando. Sabes que no es un libro normal.

— ¿Qué quieres decir?

— Ya lo sabes. Ya me conoces.

— Solo sé que lo has escrito. Las situaciones no se describen solas, decidiste describirlas así. ¿Realmente es como lo cuentas? Leer tus sentimientos sin haber tenido conciencia de ellos siendo yo protagonista, ¿no es un poco cruel? Es como si me estuvieras…

— ¿Qué?

— Condicionando.

— No te pido nada a cambio de leerme. Solo léeme.

— Te estoy leyendo.

— Me estás mirando.

— Al mirarte, leo la expresión de tus ojos. Los ojos no pueden mentir, lo reflejan todo: me reflejan a mí.

— Sigue leyendo.

— No me hace falta. Estás delante de mí ahora. Este libro no va a cambiar lo que estoy sintiendo ahora.

— Y, ¿qué sientes?

— La realidad.

— ¿Ha cambiado?

— Sí, ahora es más real.

— ¿Antes no?

— Antes no era consciente de lo que había cambiado. Necesitaba verlo. Necesitaba ver tus ojos.

— Y, ¿qué ves?

— A mí.

Si quieres conocer a una persona, no le preguntes lo que piensa sino lo que ama.

San Agustín.

En una página marcada con una cita de Paul Géraldy, una pequeña estudiante universitaria del grado de Español: lengua y literatura (Filología hispánica para los verdaderos amantes) escribió una vez:

«Reflejo»

Hace tiempo que no te miro
y escondo la ilusión entre los brazos,
veía en ti el futuro de un sueño
más allá de mi ambición de poseerlo…
Me miraba en ti, me sonreía:
de verdad creía que podía ser real.
Perfilaba siluetas en el vaho de tu cristal
mientras soñaba despierta con fantasmas.
Dejé de mirarte, dejé de buscar,
dejé abandonado el deseo de continuar.
Eras la manifestación corpórea de mis dudas,
la sensación del miedo palpable…
Hace tiempo que no te miro
e ignoro que soy mi propio testigo:
veo mi verdad, espejo, tras tu cristal.

Era una página marcada por una circunstancia en un pequeño cuaderno para escribir grandes emociones.

Esta noche he querido mirarme al espejo, y a través de sus páginas me he encontrado.

Quizá estaba perdida.

El más difícil no es el primer beso sino el último.

Paul Géraldy.

Durante toda mi vida me has enseñado a gestionar mis emociones. Me decías que cuando me sintiera abatida, escribiera. Me decías que esos destellos fugaces que pasan ante nuestros ojos y nos cambian el humor y la perspectiva, pasan porque tienen que dejar su estela en el corazón. Me decías que el corazón es un órgano que debe aprender a aceptar los acontecimientos que lo alteran: cuando los latidos del corazón se aceleran, cuando el ritmo del corazón cambia la entonación de la respiración… cuando ocurre, necesita adaptarse y para ello, debe aceptar que está experimentando ciertos estímulos.

Sin embargo, cuando el corazón vive en constante cambio y el mismo estímulo altera el ritmo cardíaco y la entonación al respirar se hace más entrecortada… ¿Qué se hace?

Me has enseñado a diferenciar la ilusión del sueño. Me costaba encontrar la distinción entre soñar con los ojos cerrados e imaginar, estando despierta, mis propias escenas. Me enseñaste a encontrar la matriz que hace que ambas acciones tomen caminos distintos, pero también el momento en el que se encuentran y parecen fusionarse.

«Que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños son». Segismundo lo sabía bien. Me lo enseñaste. Pero… sigo confundiendo los pequeños detalles con estímulos que provocan que mis ritmos cambien. Sigo asociando las mismas imágenes a emociones dispares. ¿Por qué?

Profesora, ¿qué hago ahora?

— Escribe. Escribe para entenderte. Si escribes y no te entiendes, sigue escribiendo. Te lo digo en estilo directo: escribe.

26 de marzo, 2022.
Madrid.

Mis emociones se están descontrolando.

Relación de afecto y solidaridad que existe entre un grupo de personas o pueblos.

Oxford Languages.

Esta mañana empiezo a escribir porque las palabras me inundan la mente, porque si no plasmo estas palabras en algún sitio, colapsaría.

Esta vez no es el relato de una ficción. Tampoco es la vivencia imaginaria de ninguna fantasía. Esta vez es la narración de un recuerdo: un recuerdo precioso que, aun habiendo pasado demasiado tiempo, sigue muy vivo en mi memoria.

¿Recordáis las Jornadas Mundiales de la Juventud organizadas por el Papa? Jóvenes de todo el mundo son invitados por el mismo Papa con el motivo de revivir el espíritu de la juventud. Con esta premisa, cada dos o tres años se hace un gran encuentro internacional en alguna ciudad de algún país.

Hace algunos años, en 2011, se celebró en Madrid. Entonces yo era demasiado joven para apreciar el significado de algo tan grande, pese a que fui voluntaria para ayudar y aún guardo las camisetas.

Después de la capital española, en 2013 la JMJ se celebró en Río de Janeiro, Brasil. Recuerdo que los testimonios de algunos de mis conocidos que pudieron ir a ese encuentro me conmovieron.

En 2016, la Jornada Mundial de la Juventud se celebró en Cracovia, Polonia. Aquí empieza.

Durante ese verano de 2016, yo tenía 21 años. Mi madre había estado ahorrando alrededor de dos años para pagarse el viaje a Polonia y poder vivir en carne y hueso ese gran encuentro internacional. Pero, llegado el momento, mi madre decidió que fuésemos mi hermana y yo. Recuerdo que estaba emocionada: deseaba ver Polonia con mis propios ojos y admirar su cultura. No podía esperar.

Si no recuerdo mal, salimos desde el aeropuerto de Barajas, en Madrid, hacia Viena, Austria; haciendo escala en Múnich, Alemania. Nos quedamos una noche en Viena, vimos todo su esplendor, me enamoré de su arquitectura y, sobre todo, fui feliz. En ese momento estaba rodeada de personas que me importan y a quienes realmente aprecio: no podía ser más feliz.

Desde Viena, viajamos en autobús hasta Polonia. Quizá algunas personas no aprecien los viajes en autobús, pero a mí siempre me han gustado y aquel viaje en particular provocó un torrente de emociones en mi corazón que guardo hasta el día de hoy.

No estoy tratando de redactar un cuaderno de viajes, por lo que no voy a explayarme narrando todo el proceso hasta llegar, por fin, a la ciudad de Cracovia.

La hospitalidad de los polacos y el verdor fresco de sus praderas inundaron mi horizonte hasta que llegó la noche de la Vigilia: una noche, la última, en la que todos los jóvenes llegados de países de todo el mundo dormíamos juntos, al aire libre, dejando atrás miedos, inseguridades, prejuicios… Esa última noche, en el Campo de la Misericordia, todos los que estábamos allí olvidamos, quizá, por un momento de dónde éramos y nos preocupamos más por querernos, por demostrar que el amor, en todas sus formas, es más fuerte que las miradas malintencionadas.

Vigilia

El cielo está casi despejado,
las nubes, las pocas nubes,
han alcanzado ese color violeta
que el sol les deja…
El horizonte, ese horizonte que miramos,
se ha teñido de una nueva esperanza;
nos regala, a todos,
otra canción con otros acordes…
El sol ya se ha escondido,
ya nos ha dicho «hasta mañana»;
la luz y el día prestan atención a esta noche
mientras miles de corazones
están alerta y se encogen…
«Soñare», soñar,
esta noche, bajo el cielo desnudo,
soñaremos, viviremos.

Bajo ese cielo, en Polonia, las palabras venían a mí y yo las plasmaba en mi cuaderno con un bolígrafo de corazones.

Bajo ese cielo, en la ciudad de Cracovia y entre tanto amor, me acordaba de las personas que ya no estaban conmigo. Me acordaba de él, y de lo bonito que habría sido ver la diferencia de nuestras manos (la suya arrugada por el paso de los años y toda la experiencia vivida, y la mía lisa y pequeña, sin cicatrices) sobre ese campo.

Te espero aquí

Te espero aquí sentada,
escondida entre banderas,
acurrucada bajo un cielo grisáceo
(como tus ojos la última vez que los vi);
te espero aquí,
cantando a la brisa que me acompaña
bajo este cielo,
escribiendo palabras y más palabras:
ésas que mi corazón encierra,
ésas que mis labios no saben expresar.
Te espero aquí sentada,
mirando a mi alrededor
con los ojos perdidos,
perdidos en un rostro que no veo;
te espero esperanzada,
llena de extraña locura,
de emociones tristes,
porque quiero encontrarte
y mis ojos, llorosos, no te ven.

Sí…

Las palabras llegaban a mí y yo las escribía.

Pero, sin duda, el mejor momento llegó cuando el cielo se oscureció del todo. Las velas iluminaron, sin ayuda de luces artificiales, la extensión del Campo de la Misericordia. Fuimos capaces de mirarnos a los ojos a través de las sombras que las pequeñas llamas dibujaban en nuestros rostros. Era una vista preciosa que todavía hoy me emociona recordar.

Nos paseábamos de un lado a otro, riéndonos, sonriendo, observando y cantando a nuestro alrededor. Era maravilloso escuchar las mismas canciones en otros idiomas: el mismo significado atravesando de extremo a extremo distintos corazones.

Aquella última noche, llevábamos con nosotros nuestra bandera roja, amarilla y roja, que trajimos desde España. Caminábamos juntos, llevando esa bandera. Mientras tanto, un grupo de jóvenes procedentes Brasil portando su bandera nos prenguntaron si nos podíamos hacer una foto con ellos e intercambiar nuestras banderas. Lamentablemente no tengo esa fotografía inmortalizando ese momento, pero la hicimos con nuestra mejor sonrisa y mostrando ese sentimiento de hermandad juntando nuestras banderas y, después, intercambiándolas. Nos quedamos con su bandera brasileña, y ellos se fueron con nuestra bandera española.

Seguimos caminando felices y contentas por haber experimentado un momento tan bonito como ese: jóvenes de distinta edad, de distinto país, cantando la misma canción en diferente idioma, intercambiando banderas y sonrisas. Llevábamos la bandera de Brasil con nosotras, arropándonos con ella, y mirando hacia todo lo que nos rodeaba: todo lo que nos rodeaba eran escenas parecidas a esta que acabo de describir, escenas en las que todos hablaban y se reían con todos, sin ser teatro.

Otro grupo de jóvenes se cruzó en nuestro camino y una de nosotras les preguntó si podíamos intercambiar las banderas: queríamos que ellos también experimentaran lo que acabábamos de vivir nosotras, y esa felicidad tan tangible que nos inundaba. Ese grupo de jóvenes era de la misma Polonia: nos dieron su bandera blanca y roja y se alejaron sonriendo llevando consigo a Brasil. Otros rostros con su risa, otro idioma con sus lenguas, otra bandera con sus colores, y otra fotografía con el mismo sentimiento de unión y comunidad. Quizá no fue por ese orden. Han pasado muchos años y a veces los recuerdos se adornan con la imaginación. Pero recuerdo con claridad que también tuvimos en nuestras manos la bandera azul y amarilla de Ucrania. Recuerdo que vimos a un voluntario vestido de uniforme y chaleco amarillo fluorescente, y nos quisimos hacer una foto con él enseñando la bandera ucraniana.

Recuerdo que el sentimiento que experimenté en esos momentos pudo más que todos los malos pensamientos que pudiera acarrear entonces desde España… Recuerdo que fue un verano turbulento, y que esa noche de vigilia, abrazada por distintas banderas, arropada por distintas lenguas e idiomas diferentes cantando la misma melodía… hizo que mis preocupaciones desaparecieran.

Me sentí querida, noté en cada poro de mi piel que mi presencia era deseada, me sentí humana, viva, unida al mundo y lo más importante es que experimenté cómo el mundo me daba la mano. Es una sensación, una vivencia, que me ha fortalecido y que, por supuesto, deseo que todos puedan experimentar.

La narración de este recuerdo, la descripción de aquellos momentos, es una alusión al amor, a ese sentimiento de comunidad, de unidad ante todo.

Pese a que cada ser humano, cada país, cada continente, tiene sus propios valores, su propio idioma, sus propias lenguas que dan forma a su propia manera de pensar y actuar… pese a todo ello, el amor hace de todos nosotros una miscelánea única.

Hablando de una forma más poética: en nuestras diferencias reside el lazo que nos une y que nos hace ser parte del mundo. Pero ese lazo está tejido con sueños, con esperanza, con el deseo de un futuro, con la ilusión de un presente en el que nos damos la mano en paz. Si tiramos de las hebras de este lazo, el tejido se deshace: los sueños no se cumplen, se dejan de soñar; la esperanza se queda hueca en el fondo de la caja mientras el futuro permanece aislado en el miedo, y esa ilusión de un presente en el que nos damos la mano como símbolo de paz… el presente deja de ser el «ahora» que queremos vivir.

El lazo se está deshaciendo, y ahora en vez de vivir, sobrevivimos.

¿Por qué no seguimos cantando la misma canción en todos los idiomas? ¿Por qué no vamos caminando sujetando nuestras banderas y las intercambiamos con una sonrisa demostrando que todos somos importantes? ¿Por qué no…?

Hoy, estas preguntas se hacen retóricas al escribirlas. Las banderas que intercambiamos aquella noche parece que se han quedado olvidadas en la emoción envolvente de aquel encuentro.

Ahora… Ahora. ¿Qué está pasando ahora?

Quiero darle mi mano al mundo, quiero reírme con Brasil mientras cantamos con Polonia y bailamos con Ucrania. Quiero que el mundo me dé la mano, y que nos cojamos con fuerza: esa fuerza intangible que mantiene las hebras de nuestro lazo todavía en el lazo.

Recuerdo que aquella noche había tantas estrellas como personas en el Campo de la Misericordia. Cada estrella podría equivaler perfectamente al deseo de cada persona allí presente.

Creo que todos pedimos el mismo deseo: «deseo que cesen las guerras, que todos los que estamos aquí podamos llevar la paz a donde no la hay».

Hay demasiados lugares en este mundo donde no hay paz… Es triste, y es real. Hay países que han estado en guerra toda mi vida: son guerras tan largas que se hacen costumbre y se quedan en el olvido… No se pueden olvidar. Cada vez que estalla un conflicto, cada vez que el fuego y la metralla convierten el conflicto en otra guerra… todos sufrimos. Es triste, da miedo, y es la realidad.

Los libros de historia me enseñaron que no me gusta la guerra: las causas me hacían llorar por dentro mientras las estudiaba, y las consecuencias eran demasiadas para recordarlas todas. Suspendía mis exámenes de historia y no porque no me gustase estudiar: no entendía lo que estaba estudiando. Y creo que incluso ahora seguiría sin entender las causas que conducen al inicio de una guerra.

Hoy quiero revivir, a través del recuerdo, ese intercambio de banderas para volver a sentir que, pese a todo, le doy la mano al mundo: que no voy a olvidar el sentimiento que me encogió el corazón aquella noche.

Mi corazón y mis oraciones están con todos los que sufren bajo un cielo del que llueven misiles sobre el suelo atrincherado. Mis pensamientos están con los que sufrís el impacto de las balas, con los que lloráis al ver vuestras casas en ruinas.

Ojalá pudiera brindaros un abrazo con las palabras, o acariciar el cabello de vuestros niños para aliviarles el miedo, el pánico, que estarán sintiendo ahora. Ojalá.

Political world map with country flags.