
En ocasiones, necesito pararme a respirar y pensar con claridad.
A veces, sin siquiera esperarlo, todo mi mundo se colapsa y mi mente empieza a arremolinarse en sus pensamientos sin conseguir nada. Cuando esto me ocurre, observo a mi alrededor y respiro profundamente: noto cómo el aire entra en mis pulmones y mi pecho se expande, percibo los sonidos que me rodean y dejo que todo lo que está en el mismo espacio que yo me invada. Durante este proceso, mantengo mis ojos cerrados.
De repente, empiezo a sentir que estoy viva: mis palpitaciones aceleran su ritmo cardíaco y mi respiración, lentamente, se hace notar cada vez un poco más.
Al abrir los ojos, mi sentido de la vista (borroso al principio) se agudiza y enfoca justo lo que tiene delante: las puestas de sol siempre me han cautivado. Me recuerdan que, aunque el día acaba, otro día empezará.

Cuando he llegado a casa, aparte de lidiar con mi dolor de cabeza, he sentido el ímpetu de reorganizar mis estanterías: muchos de mis libros adquiridos (y recién leídos) no tienen su sitio porque otras cosas que debería haber desechado ocupan espacio.
Los objetos acaban siendo como las emociones: si no los organizas y descubres por ti misma el valor que tienen para ti, acaban ocupando un espacio importante que, tal vez, no es el que les corresponde.
Al fin he generado el espacio que mis libros necesitan y el nudo que tenía en el pecho por fin se ha desecho.
Antes de que el día terminase, he abierto la nevera y he sacado una botellita de zumo de naranja que mi madre trajo de Portugal esta mañana. Lo siento por ella, pero estaba sedienta y me lo he bebido.
Mientras tanto, mi app de música reproducía, una a una, todas las canciones que tengo guardadas: la voz de John Park me sigue emocionando, no importa cuántas veces la escuche.
La lengua coreana me ha cautivado desde que la descubrí, y las canciones interpretadas por voces como las de John Park, 10cm, Lee Min Ho, Lee Seung Gi, Lee Mu Jin, J.Don y grupos como N.Flying me hacen soñar despierta. Es raro, pero es cierto.
¿Por qué estoy escribiendo todo esto ahora mismo? Simplemente quería escribir.
He estado reorganizando mi Arca de las palabras y me he dado cuenta de que hay palabras que nunca han visto la luz.
Escribiendo ahora mismo quiero hacer eco de esas palabras que nunca atreví a iluminar con la luz de vuestras pantallas. Hay un documento pretendiendo clasificarse dentro de mi carpeta de Reflexiones que se titula Escritura automática. En él, mi yo de 2020 empieza a divagar sobre los pensamientos y emociones que tendría entonces. No me apetece volver sobre cuestiones que a mi yo de 2023 ya no le conciernen, pero sí hay detalles que me gustaría rescatar.
Algo me impide ver la luz al final del túnel.
¿Por qué estoy escribiendo ahora? La respuesta es sencilla: escribir siempre me ha ayudado a descubrirme a mí misma… Quizá, esta vez, la escritura me revele qué es lo que mantiene a mi cerebro tan inmerso en la oscuridad.
Se llama «escritura automática». Es una técnica inventada por los vanguardistas de la literatura: simplemente te dedicas a escribir lo que pasea por tus pensamientos, puede tener sentido o no. Después, al volver a leer lo que se ha escrito, uno puede «descubrir» aquello que ha estado siempre ahí pero que no ha sido capaz de ver hasta el momento de escribirlo. Funciona. Lo garantizo. Resulta que a mí me ha funcionado muchas veces: quizá porque escribo con metáforas, o porque leerme a mí misma es como intentar salir de un laberinto cuya salida suele estar disfrazada de emociones que no quiero afrontar sola.
¡Oh! ¡Ya han salido las emociones! Sí, estoy emocionada. Quizá porque todo lo que está pasando a mi alrededor me sigue dando miedo. Yo era de las que buscaban la mano de su abuelo cada vez que se asustaba. Ahora él no está. No tengo a nadie que pueda darme la mano cuando me asusto de verdad. ¿Papá? Él es feliz viajando de un país a otro transportando mercancías. ¿Por qué molestarle? Mamá está demasiado ocupada trabajando y sacándonos adelante… y aunque adoro a mi abuela, preocuparla con mis sentimientos es lo último que quiero.
¡Mira qué curioso! Ha sido empezar a escribir sobre mi familia y empezar a derramar lágrimas. El problema que me carcome por dentro debe estar ahí.
Cuando empezó todo este asunto del Coronavirus y las escandalosas cifras de contagios y fallecidos, no podía evitar pensar en que podría ser el final… que podría no volver a ver a mi familia, que podría dejar de sentir los abrazos que tanto necesito cada vez que empiezo a temblar. No dejaba de pensar: «¿y si les pierdo? ¿Y si lo último que he podido decirles no ha sido “te quiero”? ¿Y si no puedo despedirme? O peor aún, ¿y si desaparecen sin que yo me entere?». Ya pasó eso mismo con papá hace quince años. Desapareció sin dejar rastro después del divorcio y resultó que estuvo viviendo en Colombia durante cinco años, se volvió a casar y volvió como si nada comprando mi cariño con dinero (odio que la gente haga eso, el amor no se compra). Sigo teniendo miedo. Me sigue dando miedo despertarme y descubrir que alguien ha desaparecido, que me han dejado sola, o que yo les voy a dejar solos. También me da miedo.
Ahora que he empezado a ver otra vez la luz del sol, no quiero volver al pozo del que me ha costado tanto salir. No quiero volver a experimentar estar meses enteros sin poder escribir una palabra. No quiero volver a sentir que no tengo vida.
Llevo cuarenta y cinco minutos escribiendo mis pensamientos. Esperaba que Morfeo me llevase al mundo de los sueños, y así parece estar siendo. Sin embargo, acabo de empezar otra página, y no me gusta dejar de escribir cuando tengo toda una página en blanco por delante.
Es curioso que cuando te propones escribir porque piensas que debes hacerlo, no puedas. Es lo que me está pasando justo ahora: quiero escribir porque tengo la convicción de que dejar una página en blanco es desperdiciar papel, y me obligo a mí misma a seguir escribiendo… No debe ser bueno. José Hierro dijo una vez que la poesía se escribe cuando ella quiere, y tenía toda la razón: no puedes forzar lo que no sale por sí solo. Él hablaba de poesía, pero creo que se podía aplicar a la escritura en general. No puedes forzar la creatividad, si no, puede acabar convirtiéndose en un lastre.
Rocío, 2020 – 25 años.

Al leerme después de tanto tiempo, me he reorganizado interiormente: mis emociones, últimamente, son un caos que se revuelve cada vez más y soy incapaz de pensar con claridad.
Al observar a mi alrededor, los niños se estaban riendo, sus padres les miraban y conversaban entre ellos dejando sonar en el ambiente de la piscina alguna carcajada. Quizá Dios me puso aquí para ver esto y sentir que sigo estando viva: aún río, aún lloro, aún sueño despierta.
Respiraba profundamente dejando que sus risas inundaran mis oídos y, a la vez, sentía cómo iba percibiendo la brisa cálida haciendo honor a los 33ºC de ese momento. Cuando cerré los ojos, todas sus voces me abrazaron: mi pecho se expandió, las palpitaciones de mi corazón aceleraron su ritmo y mi respiración bailaba con los sonidos que me rodeaban.
En el momento en que mis ojos se abrieron, el sol se estaba poniendo: este día acaba, pero otro día empezará.